Sermón completo:

Decimonoveno Domingo después de Pentecostés: Propio 22

8 de octubre de 2023

Éxodo 20:1-4, 7-9, 12-20, Salmo: 19, Filipenses 3:4b-14, Mateo 21:33-46

I-Mateo 21:33-46: Hoy te propongo que utilicemos dos modelos para interpretar esta parábola. Una interpretación sin dimensiones sociales, políticas y culturales y la otra incluyendo estas tres realidades. Llamemos a la primera la hermenéutica colonizadora y la segunda, la hermenéutica descolonizadora. Descolonizar se refiere a la eliminación de todo tipo de control, explotación y opresión que se establece contra alguien con el propósito de controlarle. Por otro lado, hermenéutica se refiere al arte de interpretar textos, bien sean de carácter sagrado, filosófico o literario. A través de la hermenéutica se pretende encontrar el verdadero significado de las palabras, tanto escritas como verbales.

Nuestro texto corresponde a la segunda parábola que Jesús dirige a un grupo de dirigentes político-religiosos del pueblo de Israel. En efecto, sus interlocutores todavía son los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo (21:23). Tenemos que recordar, entonces, que las preguntas que, según la narrativa mateana, desencadenan esta contundente respuesta de Jesús son “¿Con qué autoridad haces estas cosas?” y “¿Quién te dio esta autoridad?” (21:23). El lugar geográfico es, todavía, Jerusalén, y debemos suponer, a falta de otro dato, que todo se desarrolló en el templo.

Una vez más Jesús utiliza una parábola que trata sobre el propietario de una viña. Ya lo había hecho en 20:1-16, pero, en el presente caso, parecería que estamos frente a una relectura libre del canto de la viña de Isais 5:1-7, con lo cual la referencia a Israel como la viña plantada por Dios resulta mucho más explícita. De cualquier manera, estas imágenes veterotestamentarias debieron estar muy presentes en los primeros lectores de este texto.

El propietario de la viña, llegado el tiempo, reclama lo que el texto interpreta como su legítimo derecho (v. 34), pero los labradores se niegan a reconocer los derechos del propietario, y cuando éste envía a sus legítimos representantes, incluido su propio hijo, aquellos los maltratan (v. 35) y los matan (vv. 35, 39). Los labradores no reconocen la autoridad del dueño, y, obviamente, tampoco reconocen la autoridad de los legítimos representantes del mismo.

Ante la pregunta de Jesús: “¿Qué hará a aquellos labradores?” (v. 40), sus interlocutores emiten un juicio perfectamente aplicable a ellos mismos por su actitud frente a Jesús. Ellos dicen que el propietario destruirá a los malos sin misericordia, y arrendará la viña a otros labradores. Los conocedores del Antiguo Testamento recordarían aquí la metodología del profeta Natán cuando encaró a David sobre la situación con Betsabé y Urías (2 Sam 12:1ss). También en la parábola de Jesús el juicio emitido por el culpable viene a ser su propia condena: “el reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los frutos de él” (v. 43).

Esto tiene tres focos que pueden ser abordados, a saber, el de la iglesia como heredad de Dios, el de la creación como heredad de Dios, y el de la tierra es de quien la trabaja.  

Si nos enfocamos en la iglesia como heredad de Dios, habría que discutir la actitud de cierto liderazgo de la iglesia que se hace cada vez más común en nuestros días. Se trata de una suerte de expropiación de la iglesia desde las manos del propietario legítimo, para venir a convertirse en el negocio particular de creyentes que siempre debieron entender que la iglesia sigue siendo del Señor, por muy cierto que sea que los líderes somos llamados a administrarla.

Si nos enfocamos en la creación como heredad de Dios, debemos recordar que un día se nos pedirá cuenta de la buena o mala administración de la misma. Es importante considerar que, si bien es cierto que los seres humanos recibimos el encargo de ejercer la mayordomía de esta “viña ampliada” del Señor, el Señor nunca ha renunciado a su legítimo dominio sobre la misma.

Por otro lado, y mucho más radical tal y como era Jesús, podríamos decir que la tierra es de quien la trabaja. Esta es una frase célebre del mexicano Emiliano Zapata Salazar, reconocido líder militar y campesino, quien representó la proclamación de la reforma agraria, propuesta en el año 1911, durante la Revolución mexicana. Es una frase que envuelve el sentimiento de lucha que promulgaba Zapata entre las personas campesinas de su país. Su finalidad era alcanzar la reivindicación de los campesinos, los derechos de propiedad de las tierras labradas y la dignidad humana. Asimismo, Zapata se pronunció ante el hecho de que un gran número de tierras en México pertenecían a personas adineradas, como los latifundistas u oligarcas. Lo mismo sucedía en la Palestina del tiempo de Jesús.

Sin embargo, dichas tierras eran trabajadas arduamente por las personas campesinas que, recibían a cambio de sus duros trabajos, escasos recursos para subsistir y, además, eran reprimidas por las fuerzas de seguridad.

Ante tal situación, Zapata inició la lucha para acabar con las diferencias sociales a los que eran sometidas. De allí que la frase “La tierra es de quien la trabaje”, expresa la necesidad que sentía Zapata por asegurar la libertad y el sustento de las personas campesinas, necesidades que él consideraba básicas.

II-Éxodos 20:1-4, 7-9, 12-20: Todos los mandamientos en la lectura de hoy tienen que ver con honrar a Dios, con darle el primer lugar en nuestras vidas. La segunda tabla, los últimos cinco mandamientos, tiene que ver con honrar a nuestr@ prójim@.

Cuando leí por primera vez acerca de las dos tablas, las primeras cinco que honran a Dios y las segundas cinco que honran a nuestr@ prójim@, me acordé del hombre que se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?” (Mateo 22:36). Jesús respondió, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primer y grande mandamiento” (Mateo 22:37-38). Luego Jesús pasó a decir: “También el segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39).

Jesús lo hizo muy simple. Podemos agradar a Dios si hacemos dos cosas. ¡Ama a Dios! ¡Ama a nuestr@ prójim@! ¡Es así de simple! Fuimos llamad@s a practicar ese amor, porque las acciones hablan mas que las palabras.Esta es la revolución profética del amor.

III- Filipenses 3:4b-14: Cuando Pablo habló de “olvidar lo que está detrás, y movernos hacia lo que está delante, (y proseguir) hacia la meta, para el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (v. 14), estaba modelando el tipo de vida a la que Dios llama a cada un@ de nosotr@s. No, no tod@s podemos ser apóstoles. No, no tod@s podemos escribir libros del Nuevo Testamento. No, la mayoría de nosotr@s nunca estableceremos una nueva iglesia. Pero Dios llama a cada un@ de nosotr@s a un llamado distintivo ––por lo que haremos bien en dejar atrás el pasado––y esforzarnos hacia el futuro, “hacia la meta para el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.» Esta es la revolución profética del amor.

IV-Conclusión: Hermanos y hermanas, Jesus fue y sigue siendo un revolucionario social. Uno de los mandamientos más importantes en la Biblia es «Amarás a tu prójim@ como a ti mismo». Este mandamiento fue enseñado por Jesús en el Evangelio de Mateo y está presente en muchos otros pasajes bíblicos. Jesús predicó con acciones la revolución profética del amor.

El significado de este mandamiento parece muy claro y directo: debemos tratar a los demás con el mismo amor y respeto con el que nos tratamos a nosotros mismos. Pero, ¿qué significa realmente amar a alguien? Amar no solo es sentir afecto o cariño por alguien, sino que también se trata de actuar en aras del bien de esa persona. Debemos hacer todo lo posible para ayudar a nuestros prójimos, tal como lo haríamos por nosotros mismos.

El amor es una fuerza poderosa y transformadora en nuestras vidas, y es el núcleo de nuestra fe cristiana. Cuando amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, estamos cumpliendo con la ley de Dios y nos acercamos más a él. Además, el amor nos ayuda a establecer relaciones saludables y armoniosas con los demás, fomentando la paz y la sana convivencia. También nos ayuda a conectar con las necesidades de los demás, y a actuar de manera humilde y desinteresada para ayudar

Ahora dígame usted, como es posible que una persona atea como lo fue Ernesto Che Guevara pudiese decir estas bellas palabras bíblicas: La persona revolucionaria verdadera está guiada por grandes sentimientos de amor a las demás personas sin esperar nada a cambio. Yo hoy quiero expresarlo de esta manera: La persona revolucionaria cristiana verdadera está guiada por grandes sentimientos de amor a las demás personas sin esperar nada a cambio. Este amor se expresa en nuestra practica por la justicia social.

Ahora bien, para ver cómo encaja la justicia social en la obra de la iglesia, se debe entender la naturaleza profética de Jesús en el contexto del amor. El teólogo estadounidense Walter Brueggemann sugiere que ser profeta es “…nutrir, sustentar y evocar una conciencia y percepción alternativa a la conciencia y percepción de la cultura dominante que nos rodea”. Jesús encarnó esta definición cuando defendió a los oprimidos. y reprendió a los fariseos políticamente poderosos, acciones que finalmente llevaron a Su crucifixión. Por desgracia en la actualidad lo que hemos estado haciendo es evitando esta persona profética de Jesús y, en cambio, hemos centrado toda la atención en la cruz, enfatizando la gracia, la misericordia y el perdón abundantes. Centrarse únicamente en una teología del Salvador personal como ésta presenta una visión disminuida y miope del Evangelio. La iglesia ha enfatizado en gran medida a Jesús el Redentor y ha descuidado a Jesús el Profeta, cayendo cautiva de la noción del teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer de “gracia barata”, o sea, que queremos perdón sin arrepentimiento. Predican un más allá sin repercusiones en el presente, cuando la realidad profética de Jesús es la de comenzar a construir el cielo aquí en la tierra.

El primer paso para comprender cómo la justicia social es central para el trabajo de la iglesia es reconocer el carácter profético de Jesús. De aquí entonces discipulados e iglesias proféticas. Las Escrituras también enfatizan la importancia de la justicia social en varios pasajes. El capítulo 4 de Lucas sitúa la justicia social en el centro del mensaje del Evangelio cuando Jesús proclamó las palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para llevar buenas nuevas a las personas pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a las personas cautivas y vista a las personas ciegas, a dejar libres a las personas oprimidas, a proclamar el año de gracia del Señor” (Lucas 4:18-19). Hermanas y hermanos, esta es la revolución profética del amor. Salgamos a practicar este amor revolucionario, para combatir la crisis de humanidad que confrontamos. Otro mundo mejor es posible y lo vamos a construir. 

AMEN & ASHE