Quinto Domingo de Cuaresma: 6 de abril de 2025
Isaías 43: 16-21; Salmo 126; Filipenses 3: 4b-14; Juan 12: 1-8
¿Actuar con alegría o actuar con tristeza? Esa es la pregunta del evangelio de hoy. Cada minuto de cada día respondemos a esa pregunta. La respuesta orienta nuestra forma de ser, guía nuestra vida, determina lo que hacemos y escoge las palabras que pronunciamos. En última instancia, nuestra respuesta revela si nuestra vida está alineada con la de Jesús.
María responde a la pregunta de la alegría de una manera y Judas de otra. En silencio, María unge los pies de Jesús y perfuma toda la casa. Judas se mantiene aislado, cuestionando, criticando y maquinando. María ama con alegría mientras Judas calcula. Con demasiada frecuencia entendemos la alegría como simplemente una emoción, un sentimiento positivo, una atracción. Si bien eso puede ser un aspecto, no lo determina. Que hagamos las cosas con alegría o no, depende, en última instancia, de nuestras emociones, sino de nuestra visión. Son, curiosamente, las emociones las que por lo general pueden cegarnos e impedirnos ser personas alegres. Esa es una de las enseñanzas de sabiduría de la tradición cristiana del desierto.
María y Judas están en la misma casa, cenando la misma comida, con las mismas personas. Amb@s están en presencia de Jesús y, sin embargo, ven dos realidades muy diferentes que generan dos respuestas muy distintas. Nuestras agendas emocionales distorsionan la realidad. Vemos el mundo, no tanto como es, sino como somos. Lo que vemos y cómo amamos con alegría, en muchos sentidos, dice más de nosotros y de nosotras que del objeto o persona que vemos y amamos.
De eso se ha tratado toda esta Cuaresma. Es un tiempo para aprender a ser felices porque se aproxima no la muerte de Jesús sino mas bien su resurrección. La cuestión del amor con alegría ha sido la pregunta tácita en cada uno de los evangelios dominicales a lo largo de esta Cuaresma: las tentaciones en el desierto, el lamento de Jesús por Jerusalén, su llamado profético de que, si no nos arrepentimos, también pereceremos, el regreso del hijo pródigo a su padre. Cada uno de ellos trata sobre la reorientación de nuestra vida para ser y convertirnos en amantes felices.
Esa reorientación para convertirnos en amantes felices, se hace explícita en las imágenes de María y Judas. Por fácil y tentador que sea, no nos hacemos ningún favor condenando y desestimando a Judas. Jesús no lo hizo. Entonces, ¿por qué lo haríamos? Condenar y desestimar a Judas es condenarnos y desestimarnos a nosotros mismos, nosotras mismas. Judas es tan parte de nosotr@s como María. María y Judas son imágenes y arquetipos de formas de ser. Ambas personas viven en nosotr@s. Amb@s nos enseñan algo sobre nosotros mismos. A veces somos María y a veces somos Judas.
Marta sirve a la gente reunida en la cena que se celebra en honor a Jesús. La única excepción es Judas. A diferencia de casi todos los demás en este texto, él no sirve a nadie con alegría. De hecho, es crítico y se queja. Pero, por supuesto, Judas suele ser la excepción a la conducta cristiana. Esto nos demuestra que donde quiera se encuentran personas aburridas y amargadas.
Cuando Judas reprende a Jesús y le recuerda que este perfume podría haberse vendido por una gran cantidad: el salario de un año, Jesús le recuerda que las personas pobres siempre estarán con nosotr@s. Como hemos dicho, al decir esto, Jesús cita el Antiguo Testamento, y en el Antiguo Testamento, esa afirmación continúa diciendo que, por lo tanto, siempre tenemos la oportunidad de servir a Dios sirviendo a las personas pobres.
Cuando María perfumó los pies de Jesús en Juan 12:1-8, nos da una lección de alegría. La respuesta de Jesús al sistema económico de Judas fue: «Siempre tendrán pobres con ustedes, siempre tendrán oportunidades para dar, siempre tendrán oportunidades para servir a Dios». Esto no significa que no podamos acabar con la pobreza. Al contrario, es una fórmula para eliminarla: con alegría. Esta fórmula es la clave para comprender la lección del Evangelio de hoy. Servir a Cristo es alegría. Esta es la respuesta a lo que debemos hacer con los pobres. Les servimos con alegría. Les damos, no con resentimiento, sino con generosidad y placer. Pero esta es también la respuesta a mucho más. Esta es la respuesta a cómo lidiamos con casi cualquier situación.
Servicio con alegría. Esto es lo que hace María. Ella toma el ungüento caro y unge los pies de Jesús. Le sirve con alegría. El amor se manifiesta en nuestras acciones. Por eso fuimos llamados a acompañar y servir. Esas experiencias de María y Judas nos enseñan sobre nosotros mismos y las decisiones que hemos tomado. Si estamos dispuestos, podemos aprender de ellas. Podemos empezar a ver patrones de a quién y cómo amamos. Podemos descubrir qué nos impidió amar, qué nos cegó y qué nos impidió amar.
Nos recuerdan que dondequiera que vayamos, con quién estemos, hagamos lo que hagamos, hay una decisión que tomar. Jesús tenía razón: siempre tienes a los pobres contigo. Siempre tienes la oportunidad de servir con alegría y generosidad. La vida es muy corta para aburrirnos. Hagamos que la felicidad sea una disciplina espiritual y comprendamos que servir a Cristo no es una carga, es una alegría. Amén y Ashé.
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