Sermón completo:
1 Samuel 3:1-10 (11-20); Salmo: 139:1-5, 12-17; 1 Corintios 6:12-20; Juan 1:43-51
Reflexión del 18 de enero de 2024
El tema para esta semana está elaborado en una pregunta; ¿A que nos llama Jesús a hacer? No tenemos la menor duda que Jesús nos está llamando. Ahora bien, me parece a mí que el asunto critico aquí es, ¿para qué Jesús nos llama?
Primeramente, nos está llamando para darnos liberación salvífica. Esto significa que debemos de convertirnos en nuevas criaturas. La nueva criatura se describe en 2 Corintios 5:17: «De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». La frase «de modo que» nos remite a los versículos 14-16 donde Pablo nos dice que todas las personas creyentes han muerto con Cristo y ya no viven para sí mismas. Nuestra «muerte» es la de la vieja naturaleza pecaminosa que fue clavada en la cruz con Cristo. Fue sepultada con él, y así como él fue resucitado por Dios, así también nosotr@s somos levantad@s para «andar en vida nueva» (Romanos 6:4). Esa nueva persona que fue levantada es la que Pablo menciona en 2 Corintios 5:17 como la «nueva criatura». Es aquí en donde caminamos por fe, no por vista.
Pero el asunto de nueva criatura no para ahí, porque ahora esa nueva criatura que acaba de nacer requiere de madurez espiritual, es en esta fase en la que muchas personas se quedan estancadas y no evolucionan. La madurez espiritual se logra al llegar a ser más como Jesucristo. Según el apóstol Pablo, es un proceso continuo que nunca terminará en esta vida. En Filipenses 3:12-14, hablando del pleno conocimiento de Cristo, les dice a sus lector@s que él mismo “no ha obtenido ya todo esto, ni ha sido ya perfeccionado, sino que prosigo para alcanzar aquello por lo cual Cristo Jesús se apoderó de mí. Hermanos, no considero que todavía lo haya captado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está delante, prosigo hacia la meta, para alcanzar el premio al cual Dios me ha llamado a los cielos en Cristo Jesús”. Como Pablo, tenemos que esforzarnos continuamente hacia un conocimiento más profundo de Dios en Cristo.
La madurez cristiana requiere un reordenamiento radical de nuestras prioridades, pasando de agradarse a un@ mism@o a agradar a Dios y aprender a obedecer a Dios sirviendo y acompañando al pueblo. La clave de la madurez es la constancia, la perseverancia en hacer aquellas cosas que sabemos que nos acercarán a Dios. Estas prácticas se conocen como disciplinas espirituales e incluyen cosas como lectura/estudio de la Biblia, oración, compañerismo, servicio y mayordomía. Sin embargo, no importa cuánto trabajemos en esas cosas, nada de esto es posible sin la habilitación del Espíritu Santo dentro de nosotr@s. Es por esto que Gálatas 5:16 nos dice que debemos “andar en el Espíritu”. La palabra griega usada aquí para “caminar” en realidad significa “caminar con un propósito en mente”. El asunto es que que debemos de aprender a caminar bajo la instrucción del Espíritu Santo. Estar llen@s del Espíritu significa que caminamos bajo el control del Espíritu. A medida que nos sometemos cada vez más al control del Espíritu, también veremos un aumento en el fruto del Espíritu en nuestras vidas como nos dice Gálatas 5:22-23: Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Esto es característico de la madurez espiritual. Es aquí en donde podemos apreciar las acciones de la fe, sin las cuales esta fe esta muerta. Podemos preguntarnos, ¿pueden las otras personas ver y sentir en mi madurez espiritual el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la templanza del Espíritu Santo que habita en mi vida?
Esta transformación a la que estamos llamad@s a experimentar fue discutido desde un plano de humanidad por un ateo teórico, Ernesto Che Guevara, quien lo describió como una encarnación de una actitud comunitaria. El habla de un nuevo hombre y una nueva mujer. Dice que este hombre y mujer nueva descansa en el sacrificio, en el cumplimiento del deber, en el dejar en un lugar secundario la recompensa material, en el sacrificio por el bien común y por un proyecto mayor. Es una especie de llamado a una transformación radical de nuestra manera de pensar, sentir y actuar que deje como resultado primeramente una nueva persona y esa nueva persona tiene que construir un nuevo mundo. Cuando estamos de parto con un nuevo mundo estamos sembrando un futuro-inmediato con la intención de producir un mundo diferente, pero mejor.
Una vez comenzamos este viaje de madurez espiritual, entonces somos también llamad@s a construir instituciones comunitarias en donde podamos seguir contemplando y cambiando el mundo de una manera que podamos comenzar a sentir el cielo aquí en la tierra, en medio de tantas desigualdades e injusticias. Esto porque no me parece correcto que la iglesia siga siendo solo un lugar de encuentro y contemplación sin acción comunitaria. Yo no tengo la menor duda que la Iglesia puede ser una institución, como las cárceles u hospitales psiquiátricos, en donde se organiza y se controla las vidas de las personas con el pánico del infierno. Debería de liberar al pueblo con la promesa del “cielo” que comienza en la tierra.
Por esto me pregunto, ¿cómo la iglesia puede ayudar a promover objetivos de desarrollo sostenible? El desarrollo sostenible implica cómo debemos vivir hoy si queremos un futuro mejor, ocupándose de las necesidades presentes sin comprometer las oportunidades de las generaciones futuras de cumplir con las suyas. La supervivencia de nuestras sociedades y de nuestro planeta común pasa por un mundo más sostenible. Cuando existe un desarrollo sostenible, todo el mundo tiene acceso a un trabajo digno, una atención sanitaria y una educación de calidad. La utilización de los recursos naturales evita la contaminación y las pérdidas permanentes para el medio ambiente. Las decisiones de políticas públicas garantizan que nadie se quede atrás debido a situaciones de inferioridad o discriminación.
Es por esto que como personas cristianas fuimos llamad@d a producir una lectura de vanguardia de la Biblia, o sea, que cuando leamos descubramos lo fundamental sobre qué quiere decir Dios en el presente, en nuestras vidas y en los acontecimientos que nos afectan. Hay biblistas en América Latina, y aquí yo me sumo, que dicen que uno es el “libro de la vida”, y otro “el libro de la Biblia”, y en ambos habla Dios. Porque Dios escucha, pero también habla. La “verdad plena” del texto bíblico emerge en la lectura fecundada por la experiencia actual de Dios en la vida. De aquí el que podamos ver y sentir a Dios en las luchas contra el racismo, sexismo, heterosexismo, capitalismo, xenofobia y otros pecados más.
En el evangelio de Juan, Natanael hace la pregunta: “¿Puede venir algo bueno de Nazaret?” La respuesta para nosotr@s es obvia ya que tenemos el beneficio de leer el final de la historia. Hemos probado y visto que Jesús es bueno. Pero la respuesta para Natanael no fue tan obvia. Al leer el texto de hoy, podemos examinar esos lugares dentro de nosotr@s en los que todavía nos cuesta creer. Podemos descubrir dónde residen nuestros prejuicios respecto de quién esperamos que sea Dios.
Si la Iglesia ha de producir un cambio social y espiritual al mundo, esa iglesia ha de estar saturada del Espíritu Santo y de la palabra de Dios. Sembrar dudas al proclamar la palabra de Dios sólo contribuye a una cosecha pobre debido a la falta de conocimiento de la palabra de Dios en la feligresía militante hoy.
El texto y el sermón de hoy nos invitan a venir y ver.
En muchas áreas, las desigualdades sociales son mayores que nunca y existe una gran necesidad de una transformación profunda. En medio de esta situación, ¿qué papel pueden jugar las iglesias o comunidades de fe? ¿Están preparadas para ser un factor clave de transformación? Creo que la iglesia tiene todo lo que necesita para transformar la sociedad.
¿Deberían las iglesias o comunidades de fe iniciar sus propias iniciativas para mejorar sus entornos? Claro que sí, pero que sean estrategias de empoderamiento y de cambios sociales, no de asistencialismos que solo buscan aliviar los síntomas de los problemas. En otras palabras, que le demos de comer a quienes no tienen que comer, pero a la misma ve nos preguntemos el por qué no tienen para comer y salgamos a erradicar este problema estructural de una repartición de la creación de Dios en donde unas pocas personas tienen mucho y unas muchas que se las lleve el diablo.
De aquí el que la iglesia debe ser pionera en iniciar iniciativas de cambios sociales, porque como iglesia representamos a Jesús. Jesús fue el pionero del trabajo de acción social. Por eso, en cualquier proyecto o iniciativa de este tipo, la iglesia debe ser siempre la pionera, la punta de lanza. Necesitamos ser sensibles a las realidades sociales, incluso a aquellas que aún no han sido identificadas, y ofrecer una respuesta de liberación.
Es aquí en donde comenzamos a darle respuesta a la pregunta de hoy: ¿A qué nos llama Jesús a hacer? O sea, cual es la misión que se le ha otorgado a nuestro discipulado en el plano personal, y en la formación de iglesias en el plano colectivo. Y me parece importantísimo poder entender todo esto en el contexto de lo que esta pasando con Natanael en el Evangelio. El se muestra desconfiado al principio. No hace falta decir que hoy en día hay muchas personas escépticas. Es aquí en donde designamos a toda persona que no cree, duda o desconfía de la verdad, la posibilidad o la eficacia de algo. También hay personas que encuentran a Jesús una persona interesante e incluso pueden admirarlo en privado, pero que rechazan la fe cristiana en su totalidad. ¿Cómo puede la iglesia convencer a las personas escépticas de hoy?
Yo no tengo la menor duda cuando digo que como personas cristianas hemos contribuido enormemente a la desconfianza que las personas tiene. Nuestras vidas como creyentes son mediocres, sin los frutos del Espíritu Santo, y nuestras iglesias son como clubes sociales en donde queremos que el pueblo venga a entretenerse.
Vea cuidadosamente como el escepticismo de Natanael no apaga el entusiasmo de Felipe. Por el contrario, Felipe tranquila y agradablemente, hace una simple sugerencia a su amigo Natanael: “Ven y verás”. Simplemente: «Ven y verás». Verás, Felipe había sido alcanzado por las palabras de Cristo, y confió en esas palabras, y confió en que las palabras de Cristo podían tener un efecto similar en Natanael, lo cual, por supuesto, tuvieron, y dramáticamente, como ya hemos escuchado en nuestra lección del Evangelio.
Hoy quiero que te veas como un Felipe. Jesús te ha encontrado y te ha llamado a seguirlo. ¡Eso es maravilloso! ¡Eso cambia la vida! Eso es lo más importante en tu vida. De hecho, ¡es tu vida! Jesús encontrándote, salvándote. Tú también serás un Felipe, “lleno” del gozo y la emoción que provienen de conocer a Jesús. Sigamos imitando el modelo que Jesús utilizó en su metodología de evangelismo: Vengan y vean, vengan y sigan, vayan y prediquen. A esto fue que Jesús nos llamó.
Hoy quiero volver a identificarme con un Evangelio de Jesús de traer buenas nuevas a las personas oprimidas. Dejemos a un lado toda esta practica de identidad de solo decir que somos personas cristianas y comencemos ahora mismo la practica de lo que es ser una persona cristiana.
Es de gran importancia el que como iglesias reconozcamos la urgente necesidad de adoptar una postura franca sobre esta cuestión crucial. Ejemplo de esto lo es el poder condenar el genocidio de Israel contra el pueblo de Palestina. Si queremos permanecer fieles al Evangelio de Jesucristo, no podemos descansar hasta que la paz con justicia reine y venzamos esta crisis de humanidad que estamos viviendo. Siempre ha sido responsabilidad de la Iglesia ampliar horizontes, desafiar el statu quo y romper con las costumbres de indiferencia. Jesús nos está llamando a que hagamos algo, dejando a un lado la parálisis socio-espiritual.
En resumidas, ¿a qué nos llama Jesús a hacer? Primeramente, a madurar espiritualmente, cambiando nuestras vidas de una manera que dejemos ver los frutos del Espíritu Santo. Y segundo, a contemplar y cambiar este mundo. promoviendo objetivos de desarrollo sostenible.
Amen & Ashé