Sermón completo:

Tercer Domingo de Cuaresma: 3 de marzo de 2024

Éxodo 20:1-17; Salmo: 19; 1 Corintios 1:18-25; Juan 2:13-22

En el contexto del Evangelio de Juan 2:13-22, hoy quiero reflexionar contigo sobre la comercialización y la desviación de lo que significa conocer y vivir para Dios.

En este Evangelio vemos a Jesús muy indignado por lo que estaba pasando en el Templo, pero ¿qué lo provocó? Para responder a esta pregunta es necesario comprender lo que estaba pasado en ese momento. La ley exigía a cada judío adulto presentar su ofrenda al Templo, fuera un buey, oveja o paloma, según sus finanzas. Sin embargo, la mayoría de ellos estaban dispersos por todo el mundo, por lo que hacían grandes peregrinaciones hacia Israel. Para esta época existían muchas monedas, la griega, romana, etíope y la judía, sin embargo, la única que se aceptaba en el Templo era la judía ya que las demás eran consideradas paganas. Todo judío que se presentara en el Templo tenía que cambiar sus monedas extrajeras por judías, sin embargo, lo hacían pagando más del valor real ya que los cambistas sacaban gran ganancia de esto. Esto era necesario porque adentro del Templo estaban a la venta los animales que se ofrecían para el sacrificio los cuales eran vendidos a mayor precio del que se vendía fuera del Templo. 

Ahora bien, si alguien compraba un animal afuera del Templo y lo llevaba al Templo, antes de entrar existía un grupo de inspectores que examinaban a los animales y eran demasiados rigurosos a tal punto que generalmente rechazaban a todos los animales declarándolos como no aptos para el sacrificio, por lo que el judío no tenía muchas posibilidades de que le aceptaran su animal para el sacrificio y no le quedaba otra que ser estafado dentro del Templo. Aparte de eso, muchos gentiles que creían en Dios llegaban al Templo para adorar; pero ellos solo podían llegar hasta el atrio de los gentiles donde estaban ubicados los cambistas, junto con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, por lo que podemos imaginar el gran bullicio de los animales y las discusiones regateando los elevados precios de las ventas. Esto le hacía difícil al gentil prosélito hacer sus plegarias delante de Dios.

Por ello Jesús se indignó haciendo un azote de cuerdas y echando a fuera a todos estos vendedores: Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.

Tengo una fuerte aversión a que la iglesia sea dirigida como un negocio. Quizás tenga algo que ver con Jesús volteando las mesas en el templo:

Y encontró en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados a sus mesas. E hizo un azote de cuerdas, y los echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes; y derramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas; y a los que vendían las palomas les dijo: Quitad estas cosas; dejad de hacer de la casa de mi Padre un lugar de negocios”. (Juan 2:14-16).

Esta es una imagen de Jesús de la que rara vez escuchamos. Vemos a Jesús como el Buen Pastor que busca, ama y protege a sus ovejas. Lo vemos como Aquel que sana a los enfermos y libera a los oprimidos. Lo vemos abrazando a los niños y amando a las mujeres que la sociedad ha expulsado. Lo vemos enseñando a las multitudes y derramando en Sus discípulos. Pero, ¿Jesús enojado? ¿Voltear mesas y usar un látigo para expulsar a la gente del templo?

Cuando los discípulos vieron a Jesús en este estado de justa ira, recordaron lo que está escrito en Salmo 69:9: “El celo por tu casa me consumirá”. ¿Qué causó este tipo de celo apasionado? En pocas palabras, la casa de Dios se había convertido en un negocio.

Cuando la iglesia se convierte en un negocio: Los pastores/sacerdotes funcionan más como directores ejecutivos; Los miembros se convierten en clientes; Otras iglesias son vistas como competencia; La evangelización se reduce al mercadeo; -La plantación de iglesias se parece más a una franquicia; Los números son la principal medida del éxito; La oración y el ayuno son sustituidos por programas y fórmulas; La predicación suena más a un discurso motivacional; La adoración se convierte en una actuación; Los discípulos de Cristo se convierten en discípulos de una marca de iglesia; Un organismo vivo se convierte en una organización sin vida; Se construye un imperio de líder en lugar de avanzar el reino de Dios. ¿Algo de esto te suena familiar?

No me malinterpreten; Ciertamente hay un elemento financiero para liderar una iglesia. Incluso Jesús aceptó donaciones y tenía una bolsa de dinero. No me opongo a estructuras, presupuestos o procesos saludables dentro de un modelo de iglesia. Y no creo que el tamaño de una iglesia sea el problema aquí.

No podemos negar que la cultura del capitalismo ha logrado impactar y moldear al cristianismo en general y nuestros modelos de iglesias en particular. Por cultura capitalista me refiero a la cultura capitalista de prácticas sociales, normas sociales, valores y patrones de comportamiento que se atribuyen al sistema económico capitalista en una sociedad capitalista. La cultura capitalista promueve la acumulación de capital y la venta de mercancías, donde los individuos se definen principalmente por su relación con los negocios y el mercado. Hemos convertido al cristianismo en una mercancía divina que solo enfatiza la vida económica.  

Vea por ejemplo el cómo hemos convertido la casa de Dios en un mercado con el mal llamado Evangelio de la prosperidad.  Este es el cristianismo protestante que nos enseña que la fe, expresada a través de pensamientos positivos, declaraciones positivas y donaciones a la iglesia, atrae salud, riqueza y felicidad a la vida de los creyentes. También se le conoce como el “evangelio de la salud y la riqueza”. Centrales para esta enseñanza son las creencias de que la salvación a través de Jesucristo incluye la liberación no sólo de la muerte y la condenación eterna sino también de la pobreza, la enfermedad y otros males. Los seguidores creen que Dios quiere que los creyentes sean ricamente bendecidos en esta vida y que el bienestar físico y las riquezas materiales son siempre la voluntad de Dios para los fieles. La enfermedad y la pobreza son vistas como maldiciones que, mediante la expiación, pueden romperse con la fe en Jesús. El evangelio de la prosperidad ha tenido una influencia significativa en el cristianismo desde principios del siglo XX y ha seguido creciendo en el siglo XXI.

Lo opuesto a todo esto lo sigue siendo un Evangelio de liberación salvífica en donde nuestros ministerios y nuestras iglesias declaran que estructuras socio-políticas y económicas capitalistas mantiene a un pueblo oprimido y excluido, no Dios, y que debemos buscar maneras de destruir estas estructuras. Debemos dejar ver donde quiera que haya pueblos oprimido que Dios se preocupa por su liberación.  De aquí el que nuestras iglesias como casa de oración, deberían cooperar con las fuerzas históricas de los intereses sociales y liberación política y quizás militar. Este evangelio de liberación es la liberación social y política de la cruz de Cristo la cual funciona como un poderoso indicador de que Dios está del lado de las personas oprimidas, porque Jesús mismo fue oprimido y murió como una persona oprimida, pero Dios revirtió el juicio de la sociedad sobre él al resucitar a Jesús crucificado de entre los muertos. Tenemos que reemplazar este capitalismo diabólico que vive en nuestras iglesias en particular y en nuestra sociedad en general por procesos democráticos que dejen como resultado un nuevo orden socioeconómico. Aquí es que traemos el cielo a la tierra. Eso es lo que celebramos en nuestra Cuaresma para destruir el Cristianismo de consumo y traer el de liberación salvífica.

Amen & Ashé.