Octavo Domingo después de Pentecostés: Propio 10; 14 de julio de 2024

2 Samuel 6:1-5, 12b-19, Salmo 24, Efesios 1:3-14; Marcos 6:14-29

Yo no tengo la menor duda de que Jesús fue un activista social radical que murió luchando por la justicia en todas sus dimensiones y el bien común. Y espera que aquellas personas que le sigan también sean radicales.

No es exagerado decir que Jesús era un rebelde. Se oponía al sistema que mantenía a su patria Palestina colonizada, volteaba las cosas y decía todo tipo de cosas subversivas en los días en que caminaba por la tierra. Es perfectamente apropiado, entonces, que las personas cristianas llamen a Jesús rebelde o subversivo.

Todo lo demás que la gente le atribuye, como la narrativa común de que Cristo, el Hijo de Dios (que en realidad es un título tradicional para los reyes de Israel, como David), sacrificó su vida para perdonar los pecados de la humanidad por la eternidad, está sujeto a interpretación. Y si alguien te dice que la Biblia dice que la homosexualidad o el aborto son pecado, la verdad es que no encontrarás a Jesús citando o diciendo eso en ninguna parte de la Biblia.

Tengo una fe profunda en Dios, un amor a Jesús y valores progresistas, y por todo esto lucho por construir una iglesia cristiana que, en el contexto de ser relevante y reverente a las realidades del pueblo, sea asimismo democrática, inclusiva y orientada a la justicia. Aprendí y sigo aprendiendo mucho en el camino.

Encuentro la historia y las enseñanzas de Jesús increíblemente inspiradoras, ¡a pesar de que tiene más de 2000 años! Cuando condeno la hambruna que existe por una mala distribución de los recursos creados y dados por Dios; cuando condeno las desigualdades sociales y económicas, o de genero u orientación o identidad sexual, cuando me identifico con movimientos sociales y ambientalistas, definitivamente establezco paralelismos entre las injusticias de la época de Jesús y la moderna.

Te confieso que cuando miro a mi alrededor y veo el aumento de la pobreza y la desigualdad, el sexismo, el racismo, la persecución religiosa y la destrucción ambiental, oro por el coraje que me falta para ser un activista socio-espiritual radical como Jesús. Sigo buscando ese discipulado radical como el que el evangelio de hoy en Marcos 6 nos presenta con la verticalidad de Juan el Bautismo.  

Ahora bien, ¿qué significa este discipulado radical? El discipulado radical se refiere a una forma de seguir a Jesús que se caracteriza por un compromiso total con él y la voluntad de vivir sus enseñanzas incluso frente a la oposición o la persecución. Es un discipulado que está marcado por un amor radical por Dios y por las demás personas, una voluntad de sacrificarse por el evangelio y un deseo de ver venir el reino de Dios a la tierra como lo es en el cielo.

La palabra «radical» proviene de la palabra latina «radix», que significa «raíz». Bíblicamente, ser radical significa volver a la raíz de nuestra fe, que es una relación con Dios a través de Jesucristo. Significa vivir las enseñanzas de Jesús de una manera consistente con su amor, gracia y misericordia radicales, y estar dispuesto a renunciar a todo por el bien del evangelio.

¿Cómo viven los discípulos y discípulas radicales? Viven practicando su fe a través del compromiso con lo siguiente:

1. Oración – Un discípulo o discípula radical comprende la importancia de la oración y busca hacerla parte diaria de su vida.

2. Estudio de la Biblia – Un discípulo o discípula radical reconoce la importancia de estudiar la Palabra de Dios y busca aprender de ella diariamente.

3. Evangelismo – Una discípula o discípulo radical está comprometido a compartir el evangelio con otras y hacer discípul@s en todas las naciones.

4. Comunidad: Una discípula y discípulo radical reconoce la importancia de ser parte de una comunidad de creyentes que pueden animarse, apoyarse y responsabilizarse un@s a otr@s.

5. Servicio – Un discípulo o discípula radical está comprometida a servir a las demás personas porque fuimos llamados y llamadas a acompañar y servir al pueblo.

6. Sacrificio – Una discípula o discípulo radical está dispuesto a renunciar a todo por el bien del evangelio, incluida su propia comodidad y seguridad.

7. Obediencia – Un discípulo o discípula radical busca obedecer los mandamientos de Dios y vivir una vida que le agrade.

En otras palabras, el discipulado radical no se trata solo de nuestra relación personal con Dios, sino también de cómo servimos y nos acercamos a las demás personas y las protegemos de todo tipo de opresión y exclusión.

Luego de haber leído el libro, El Costo del Discipulado pude comprender mucho mejor todo este asunto del discipulado radical. El mismo fue publicado por primera vez en 1937, y es una obra teológica cristiana escrita por Dietrich Bonhoeffer, un pastor y teólogo luterano alemán. Reconocido por su firme oposición a Adolfo Hitler y el régimen nazi, oposición que finalmente condujo a su ejecución, Bonhoeffer aporta sus experiencias y perspectivas únicas en una interpretación matizada del Sermón de la Montaña. Su perspectiva y experiencias de vida dan peso al argumento principal del libro: la inseparabilidad de la fe y la acción, resumida en los conceptos contrastantes de «gracia barata», que no requiere nada de sus seguidores o seguidoras, y «gracia costosa», que exige un inquebrantable y compromiso sacrificial con Jesucristo.

Escrito en las sombras de la Alemania nazi y en la cúspide de la Segunda Guerra Mundial, el costo del discipulado sirve como crítica de Bonhoeffer de los males que vio infiltrándose en la iglesia y la sociedad alemana. Como tal, ocupa un espacio distinto dentro del panorama literario y crítico, ofreciendo reflexiones sobre temas como la fe y la acción, el amor radical y la resistencia a los regímenes malvados.

Hermanas y hermanos, la venida de Jesucristo al mundo fue la venida de una revolución maravillosa: las personas enfermas fueron sanadas, las hambrientas fueron alimentadas, las que estaban poseídas fueron curadas, las personas pecadoras fueron devueltas a la comunión con Dios, las barreras sociales, de género, de clase y raciales fueron derribadas, y las personas muertas resucitaron. Y esta revolución se logró no mediante la violencia y el odio, sino mediante el poder y el amor de Dios obrando a través de Jesús. Jesús es el modelo del discipulado radical.

Señalar los problemas de la iglesia del Primer Testamento y los estímulos en la situación actual de la iglesia no debe llevarnos a la complacencia o a actitudes pesimistas o derrotistas. Como sucede en la actualidad, la iglesia primitiva y la propia comunidad de discípul@s de Jesús tenían muchos defectos; pero estas no fueron consideradas como cosas que debían tolerarse, sino como negaciones del evangelio y que merecían juicio. Jesús advirtió contra decir religiosamente “Señor, Señor” sin actuar en consecuencia. Entonces, lo más importante que hay que decir sobre el fracaso de la iglesia en vivir la revolución de Jesús es que la situación plantea un desafío urgente para nosotr@s y para nuestras iglesias: debemos arrepentirnos—realmente y no sólo de palabra—y seguir las palabras de Jesús de pasos revolucionarios, de verdad y no sólo de palabra. Con nuestro discipulado radical estamos construyendo iglesias que son relevantes y reverentes a las luchas del pueblo. Recuerda, ese desafío es costoso: fue el camino que llevó a Jesús a la cruz. Hoy te invito a que reactivemos la revolución de Jesús con nuestro discipulado radical. Amen y Ashé.