Tercer domingo después de la Epifanía – 26 de enero de 2025
Nehemías 8:1-3, 5-6, 8-10; Salmo 19; 1 Corintios 12:12-31a; Lucas 4:14-21
Porque la vida de Cristo es una declaración política, hoy quiero hablar con ustedes sobre política. Cuando digo política, no solo incluyo a los funcionarios o funcionarias electas y al proceso gubernamental, también les incluyo a ustedes y a mí, las opiniones que tenemos, las decisiones que tomamos y las formas en que nos relacionamos unos con otros y unas con otras. Permítanme darles un poco de contexto y ejemplos de lo que estoy pensando.
Estoy pensando en racismo, prejuicio, clasismo, sexismo, heterosexismo, etc. Pienso también en el genocidio contra Palestina, l@s dominican@s, haitian@s, mejican@s, las personas refugiadas, inmigración y las deportaciones masivas que el presidente Trump va a implementar. Estoy pensando en los sistemas económicos que crean y promueven la desigualdad de ingresos. Pienso en la fortaleza y la paz que se buscan mediante un poder de fuego superior. También pienso en la tragedia de la violencia con armas de fuego en Puerto Rico. Y pienso en aquellos que se van a dormir con hambre y se despiertan preguntándose si comerán hoy y qué comerán mañana. Pienso en la violencia y la discriminación contra la mujer. Pienso en los conflictos en la Iglesia Episcopal y la Comunión Anglicana. Y además, pienso en las luchas y los desafíos de vivir junt@s en nuestras parroquias, en nuestros matrimonios y familias, en nuestras amistades y relaciones.
En este momento, algunos de ustedes pueden estar pensando: «Vine a la iglesia a adorar a Dios no para escuchar sobre política». Otr@s pueden estar pensando: «Esto no está bien. Él no puede hacer esto. Tenemos una separación de la iglesia y el estado». Algun@s de ustedes pueden estar acomodándose y pensando: «Esto va a ser divertido. No puedo esperar a ver cómo va a desarrolarse».
Si bien la política puede no ser un tema apropiado para una conversación educada, no creo que se pueda evitar en una conversación fiel. He aquí por qué. Independientemente de lo que pueda significar la política hoy en día y de cómo se practique hoy, su preocupación más básica es la de ordenar las relaciones. Se trata de la forma en que vivimos junt@s y de cómo nos llevamos. Se trata de las personas.
Esas preocupaciones son fundamentales para la práctica del cristianismo. Creemos que Dios tiene algo que decir sobre cómo vivimos y cómo nos relacionamos unas con otras y unos con otros. Nos abrimos a que Dios ordene nuestras vidas y relaciones. En ese sentido, la encarnación, la incorporación de Dios en la humanidad, es una declaración política profundamente profunda. La vida de Cristo es una declaración política, que reordena nuestras relaciones con Dios y con las demás personas. Enseña y muestra una forma de ser.
Así que permítanme ser claro acerca de hacia dónde me dirijo. No quiero hablar de su política ni de la mía. No me interesa el PNP, el PPD, el PIP, Vitoria Ciudadana o el Proyecto Dignidad. Quiero que escuchemos y nos enfoquemos en la política de Jesús. Quiero que estemos abiert@s a dejar que la política de Jesús desafíe, critique e incluso cambie nuestra política personal. La política de Jesús tiene implicaciones para nuestras vidas y todos esos ejemplos que di al principio de este sermón. La política de Jesús es diferente del tipo de política que la mayoría de nosotr@s vemos, experimentamos y probablemente incluso practicamos. Su política está impulsada, dirigida, ungida y llena del Espíritu, la vida de Dios.
La identidad política de Jesús no comienza con la afiliación a un partido o con l@s electores, sino con su bautismo. Fue sumergido en las aguas de la creación, el cielo se abrió y el Espíritu descendió sobre él en forma corporal, y una voz del cielo declaró: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”. Desde allí, fue guiado por el Espíritu al desierto, donde venció las grandes tentaciones y corruptores de toda política: el materialismo, el poder, el interés propio. En el desierto, Jesús reivindicó su identidad y refinó y clarificó su mensaje y la dirección de su vida. Salió del desierto fortalecido y lleno del Espíritu y enseñó en las sinagogas de Galilea. A la gente le gustó lo que escuchó. Jesús “fue alabado por tod@s”.
En el evangelio de hoy (Lucas 14:14-21), Jesús llega a Nazaret, el pueblo donde creció, a la sinagoga donde adoraba y a la gente que lo conoce. Lee del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar la buena noticia a las personas pobres. Me ha enviado a proclamar la liberación a las personas cautivas y la recuperación de la vista a las personas ciegas, a poner en libertad a las personas oprimidas, a proclamar el año agradable del Señor”.
Esas palabras describen la política de Jesús. La buena noticia a las personas pobres, la liberación a las cautivas, la vista a las ciegas, la libertad a las oprimidas y la declaración del favor de Dios son los pilares de la política de Jesús, su plataforma política. No son promesas de campaña, sino una realidad presente, una realidad hecha presente en Jesús. “Hoy”, dice Jesús, “se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír”.
La política de Jesús es amplia y abarca todo. Nadie queda fuera. Jesús no pone condiciones ni calificativos a su política. El favor divino no conoce fronteras ni tiene favorit@s. La agenda política de Jesús no está determinada ni influenciada por quién es bueno o malo, o si es de adentro o de afuera. A Jesús no parece importarle quién eres, qué has hecho o dejado de hacer, o cómo es tu vida. Es muy sencillo. ¿Eres pobre? Buenas noticias para ti. ¿Eres un cautiv@? Liberación para ti. ¿Eres cieg@? Vista para ti. ¿Estás oprimid@? Ve en libertad. El favor divino no se da a las personas pobres, a las cautivas, a las ciegas o a las oprimidas porque sean buenos o justos, sino porque Dios es bueno y justo.
En la lectura de Nehemías 8, Nehemías recuerda al pueblo que su esperanza no está en lo que han hecho o podrían, algún día, lograr. Más bien, su esperanza está en Dios y, como tal, “Vayan y coman manjares selectos y bebidas dulces, y envíen algo a los que no tienen nada preparado. Este día es santo para nuestro Señor. No se entristezcan, porque el gozo del Señor es su fuerza”.
En 1 Corintios 12, Pablo nos recuerda que, dado que la iglesia está destinada a ser un anticipo de la reconciliación final de todas las cosas que Dios promete, Pablo llama a la iglesia a comenzar a actuar de esa manera. Por lo tanto, la diversidad dentro de la iglesia no es un problema que se debe evitar, resolver o manejar, sino un don de la gracia de Dios y una señal del Espíritu en acción. Los diferentes dones del Espíritu nos forman de tal manera que nos pertenecemos, y de hecho debemos pertenecer, unos a otros.
Hermanos y hermanas, ¿qué pasaría si adoptáramos la plataforma política de Jesús como nuestra? ¿Qué pasaría si comenzáramos nuestro pensamiento y conversaciones políticas preguntándonos: “¿Dónde duele?” ¿Qué pasaría si entráramos en esas situaciones difíciles y divisorias con esa pregunta? ¿Qué pasaría si dejáramos que esa pregunta estableciera nuestras prioridades y guiara nuestras decisiones? La presencia y la compasión con otro ser humano reemplazarían la resolución de problemas y la obtención de votos. Escucharíamos más de lo que hablamos. El poder se manifestaría como cooperación y colaboración.
Deberíamos tener el coraje y la voluntad de estar con otras personas en su dolor, y la vulnerabilidad de arriesgarnos a dejar que otra persona esté con nosotr@s en nuestro dolor. Abriríamos, en lugar de cerrar, lugares, personas y a nosotr@s mism@s, al favor divino. Conoceríamos el cumplimiento de “esta escritura” aquí, hoy, ahora mismo. Ese es el tipo de política que quiero apoyar y de la que quiero ser parte, la Política de Jesús. ¿Y tú? Amén y Ashé.