Sermón completo:

Decimoquinto domingo después de Pentecostés-17 de septiembre de 2024

A Jesús le preocupaba más la condición de su corazón que la condición de sus manos

Cantar de los Cantares 2:8-13; Salmo 45:1-2, 7-10; Santiago 1:17-27; Marcos 7:1-8, 14-15, 21-23

Este pasaje es un punto principal en el Evangelio de Marcos. Después de este intercambio sobre vivir según la tradición, Jesús comenzará a interactuar con personas no judías. Dado que la audiencia del evangelio de Marcos probablemente era gentil, estaban escuchando una capa adicional de buenas noticias sobre Jesús rompiendo otra barrera más a la inclusión.

Y, sin embargo, también estaban escuchando un llamado aún más completo sobre la inclusión. Mientras Jesús habla de estas cosas con los fariseos y los escribas, luego con la multitud y finalmente con sus discípulos y discípulas, este deja en claro que el discipulado es mucho más complejo que seguir la tradición. Comienza con una pregunta sobre por qué Jesús no ha enseñado a sus discípulas y discípulos a seguir la tradición, ya que no se lavan las manos como lo hacen otros líderes religiosos. Debemos saber que esto no tiene nada que ver con los gérmenes y la buena higiene. Se trata de higiene religiosa. Es una práctica religiosa simbólica.

En nuestro texto de hoy, Jesús habla sobre el tipo de tradición que no pasa la prueba. Señala que hay un tipo de tradición que es errónea, que se interpone en el camino de las realidades espirituales en lugar de señalarlas. Jesús atravesó la superficialidad de sus observancias externas para enfatizar que el interior era más importante que el exterior. A Jesús le preocupaba más la condición de su corazón que la condición de sus manos. Alguien dijo: “El corazón del cristianismo es el corazón”.

La cita de Isaías que Jesús da como respuesta va directo al meollo del asunto. Las palabras de las personas o incluso sus acciones pueden parecer que honran a Dios, pero sus corazones pueden estar sumidos en el orgullo y el pecado. Esa es la esencia de la hipocresía. E Isaías añade, a propósito de la situación de Jesús, que las leyes que se promueven para demostrar la santidad ni siquiera son de Dios. Jesús luego lanza la frase final: “Ustedes han abandonado los mandamientos de Dios y se aferran a las tradiciones humanas”.

John Wesley fue un teólogo anglicano inglés que, en el siglo XVIII, fundó, junto con su hermano Charles, el movimiento metodista en la Iglesia de Inglaterra.

Wesley sostiene que la religión del corazón no consiste en adorar al corazón, sino en adorar a Dios desde el corazón. En la frase “religión del corazón”, corazón es un término de contraste; se opone a la religión formal, la religión intelectualizada y la religión moralista. La religión del corazón es un compromiso con la realidad espiritual, una aversión a todo lo que no sea la realidad, una astucia sobre todos los lugares en los que una persona religiosa puede esconderse de Dios y un reconocimiento de que el corazón es el órgano del compromiso con lo que es real.

La teología de Wesley condujo a su ética social. Rechazó cualquier noción de predestinación, argumentando que la muerte expiatoria y la resurrección de Cristo estaban disponibles para todas las personas. Como resultado, las personas ricas no eran ricas debido a la elección de Dios, y las personas pobres no eran pobres debido a la reprobación de Dios. Había unas estructuras socio-políticas que tenían que desmantelar si querían justicia socio-económica.

La santidad como amor a Dios y a nuestros semejantes tiene sus raíces y surge

del amor gratuito de Dios por nosotros y nosotras como personas. En el amor, el Espíritu de Dios atrae a las personas a Dios, las capacita para creer, las transforma en respuesta a su fe, dándoles un nuevo nacimiento y convirtiéndolas en hijos e hijas de Dios.

El Espíritu da testimonio en los creyentes del amor de Dios por ellos y de su aceptación como hijas e hijos de Dios. El amor de las personas creyentes por Dios y por sus semejantes surge de su experiencia y certeza del amor de Dios por ellos y ellas. Este amor por Dios y por los seres humanos abarca tanto las actitudes y disposiciones internas como las acciones externas: una transformación interna se manifiesta en una forma transformada de vivir en el mundo. Es construir una nueva esperanza aquí y ahora, es comenzar a vivir el cielo en la tierra.

Aunque la “justicia, la misericordia y la verdad” son las manifestaciones externas esenciales de la santidad, la santidad no se reduce a ellas. La santidad tiene una dimensión interna y externa. La dimensión interna es la transformación de las motivaciones, deseos y actitudes de las personas por el amor de Dios para que amen a Dios y a su prójimo, prójima.

La santidad genuina comprende una integración de ambas dimensiones. Es posible que las personas practiquen una medida de “justicia, misericordia y verdad” sin la transformación interna por el amor de Dios como consecuencia de la gracia preveniente. Sin embargo, no hay transformación interna que no se exprese en acciones externas. Es como dice la Biblia que por nuestros frutos nos van a conocer.

La religión del corazón tiene que ver con la transformación, interna y externa. En la Biblia, transformación significa “cambio o renovación de una vida que ya no se conforma a las formas del mundo a una que agrada a Dios” (Romanos 12:2).

Esto se logra mediante la renovación de nuestras mentes, una transformación espiritual interna que se manifestará en acciones externas. La Biblia presenta la vida transformada en Cristo, tal como se demuestra al “dar fruto en toda buena obra y crecer en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10). La transformación implica que quienes antes estaban lejos de Dios sean “acercados” a Él por medio de la sangre de Cristo (Efesios 2:13). Pero a la misma vez, esa nueva persona sale a construir un nuevo mundo aquí y ahora.

Santiago 1:17-27: En la lectura de Santiago 1:17-27 la religión del corazón nos ayuda a las personas cristianas a aprender cómo vivir como personas cristianas. Esta carta no está interesada en recordarnos lo que creemos o cómo adoramos, sino en cómo vivir. Es una carta muy práctica, en ese sentido. Se trata de cómo Jesús lo expresa en la lectura del evangelio de hoy: “corazones corrompidos”. Nada bueno puede venir de nosotros o nosotras sin ser recibido primero de Dios. Y el primer y mayor regalo es siempre Jesús mismo.

El simple hecho de escuchar la Palabra de Dios no tiene valor duradero. Cuando abrimos la Biblia, debemos planificar hacer lo que dice. La Biblia es más que un libro para llevar a la iglesia. Da a sus lectores una manera de seguir el corazón de Dios y los pasos de Jesús. La Biblia no es un libro para entretenernos es un libro para entretenernos con una manera de vivir.

La religión pura e intachable se caracteriza por el ministerio personal. Debemos responder a las necesidades de las demás personas como lo hizo Cristo. La religión pura e intachable también se caracteriza por la pureza personal. No debemos dejarnos corromper por el mundo. La religión pura e intachable es un delicado equilibrio entre lo positivo y lo negativo.

La fe genuina niega el yo, asume riesgos, ama a las demás personas y siempre busca agradar a Dios. Las personas creyentes son capacitadas por el Espíritu Santo para obedecer la ley de Dios acompañando y sirviendo al pueblo.

Conclusión: En nuestro corazón religioso, nosotros y nosotras como personas cristianas debemos mostrar nuestro amor a todas las demás personas, no sólo a aquellas que nos pueden beneficiar, sino también a aquellas que no pueden ayudar a nadie. Seremos conocidas y conocidos por nuestro amor a aquellas personas que han sido heridas o cuyas esperanzas y sueños han sido destrozados. El amor de Cristo debe animarnos a amar a Dios y a amar a las personas. Nuestras acciones deben estar motivadas por Cristo mismo y no por lo que hacemos, decimos, pensamos o queremos. Nuestra actitud hacia las demás personas muestra nuestra verdadera actitud hacia Dios.

Nuestras acciones hablan más fuerte que nuestras palabras, y una relación con un-Dios vivo nos exige hacer algo. Necesitamos ensuciarnos las manos y meternos en la inmundicia del dolor y la tristeza humana, pero al mismo tiempo no permitir que esa misma inmundicia nos contamine. No ayudar a quienes necesitan nuestra ayuda significa que hemos traicionado este proyecto de liberación salvífica de Jesús. Comencemos a practicar nuestra religión desde el corazón. Amén y Ashé.