Sermón completo:
Dia de Pentecostés: 19 de mayo de 2024
Hechos 2:1-21; Salmo 104: 25-35,37; Romanos 8:22-27; Juan 15:26-27; 16:4b-15
Dentro del contexto de la celebración del Dia de Pentecostés, quiero reflexionar contigo sobre lo que estoy llamando el Poder Pentecostal. El Día de Pentecostés es siempre una gran celebración para la iglesia. Nos reunimos cada año en este día para escuchar la historia del nacimiento de la Iglesia, contada en Hechos 2: cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulas y discípulos. Personas de todas las naciones les escucharon hablar en su propio idioma, y más de 3.000 respondieron siendo bautizados en Cristo.
Es una historia increíble volver a escucharla, ¿no? El milagro de Pentecostés. Pero, ¿no te preguntas un poco, cuando escuchas esta historia, si hoy nos estamos perdiendo algo? Después de todo, dudo que nuestra celebración de esta mañana incluya un viento violento, un fuego o un discurso milagroso. Entonces, ¿nos falta algo? ¿Dónde está hoy el viento y el fuego? ¿Dónde está la emoción de aquel primer Pentecostés?
Quizás la mejor pregunta sea: ¿dónde está el Espíritu Santo hoy? Después de todo, ¿no es ese el objetivo de Pentecostés? ¿Para darnos el Espíritu Santo? Entonces, la pregunta que debemos hacernos hoy no es: ¿dónde están el viento y el fuego, sino dónde está el Espíritu Santo? Podríamos comenzar diciendo que, en la Palabra de Dios, en la Iglesia que se reúne; y en los Sacramentos, muy en particular la Eucaristía. Por esto me fascina la Liturgia Eucaristía B del Libro de Oración Común, porque invoco sobre los elementos la presencia del Espíritu Santo.
Y no podemos olvidarnos de que nuestros discipulados y la creación de Iglesias, relevantes y reverentes, deben demostrar la presencia del Espíritu Santo a través de los frutos, o sea, dejar ver al Dios invisible con nuestras acciones. Contrario a quienes dicen que la presencia del Espíritu Santo se confirma hablando en lenguas, Gálatas 5:22-23, nos dice que los frutos son los que dejan saber que tenemos la Santidad del Espíritu Santo: Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
Me parece también importante poder mencionar algo sobre el pentecostalismo o movimientos pentecostales en nuestros medios. En nuestra tradición católica-anglicana debemos de observar con más respeto la función que ha desempeñado el movimiento pentecostal en las comunidades marginadas y explotadas, sobre todo en la función del Espíritu Santo.
Sin embargo, debido a una comprensión distinta y exclusiva de la doctrina bíblica de la santidad en el sistema doctrinal pentecostal, la comprensión profunda es que las personas creyentes son el templo de Dios y el Espíritu Santo habita en cada creyente. Por lo tanto, se enfatiza que debemos desistir de los pecados del mundo y contactar a las personas pecadoras para salvarlas. Esta comprensión de la doctrina de la santidad individual domina el modo de vida de la mayoría de las hermanas y hermanos creyentes pentecostales. Y ha dejado como resultado el no envolvimiento, en la mayoría de los casos, en la destrucción de los pecados sociales económicos, sociales, políticos y religiosos que estamos enfrentando en la mayoría de las estructuras o instituciones que hemos creado. Por supuesto, no estoy diciendo que esto es una limitación únicamente del movimiento pentecostal. Esta es una limitación que ha penetrado en la mayoría de las instituciones religiosas que han despolitizado el Evangelio de Jesús quitándole sus dimensiones sociales, políticas, económicas, culturales y predican un más allá sin repercusiones en el presente. Han utilizado una espiritualidad limitada en donde solo se le atribuye al Espíritu Santo el hablar en lenguas. Yo no tengo ningún problema con este asunto de las lenguas si las mismas fueran lenguas de liberación que denuncian las injusticias, opresiones y exclusiones.
Es aquí en donde la Santidad Social hace su entrada. La iglesia primitiva seguramente conocía el efecto liberador de la presencia del Espíritu Santo. En opinión de Pablo (Romanos 8:2), el viejo mundo desapareció para siempre y nació un mundo nuevo en el que todas las personas son libres. Esto porque el Espíritu Santo es un Espíritu liberador.
John Wesley fue un teólogo anglicano que fundó el movimiento metodista en el siglo XVIII. Creía que la fe cristiana no sólo debía practicarse individualmente sino también en comunidad con otras personas. Esta idea se resume en su famosa frase: “no hay santidad sino santidad social”. El contexto del dicho estaba en relación con la necesidad de la comunión cristiana. Wesley estaba contrarrestando una noción privatizada de la fe cristiana. No se puede ir al cielo solo necesitamos amistades. Es dentro de la comunidad cristiana donde la santidad de vida debe ser comprendida. Hoy la santidad social necesita extenderse más allá de la koinonía eclesial. Él es dentro de la comunidad socioeconómica y política donde la santidad de vida debe ser comprendida. En otras palabras, nuestra santidad social del Espíritu Santo debe de ir donde están las personas, para que las acompañemos y les sirvamos tal y como Jesús lo hizo.
La presencia del Espíritu Santo en nosotras y nosotros, va mucho más allá de una transformación y gozo individual, o de un hablar en lenguas. Es una transformación y gozo personal que nos mueve a una responsabilidad social de traer la Eucaristía fuera de la misa. Es la creación de la nueva mujer y el nuevo hombre del cual Jesús le habló a Nicodemo en Juan 3:5: Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
El Espíritu Santo nos une como miembros del cuerpo de Cristo y nos capacita para vivir en amor y unidad con otras personas creyentes, en el contexto de la unidad en diversidad. De nuevo, estas funciones del Espíritu Santo son fundamentales para nuestra vida religiosa y nos ayudan a experimentar una relación íntima con Dios. Pero mientras sigo trabajando en esta relación con Dios debo de compartir estas buenas nuevas con otras personas. Y es aquí en donde viene el mayor reto. De lo contrario hemos crucificado de nuevo a Jesús en la cruz, lo hemos privatizado y lo hemos secuestrado solo para nosotros o nosotras.
Por todo esto hay que ver e imitar el ejemplo de Jesús de sus enseñanzas y vida. Siempre optó por la práctica del bien y la justicia antes que por la tradición o el acomodamiento. Siempre acogió a las personas excluidas (extranjeras, cojas, lisiadas, ciegas, leprosas, sordas, y otras más) les alimentaba y las que estaban enfermas las sanaba y a todas reclutaba a su movimiento comunitario. Tengo la certeza que hoy en día incluiría también a esta lista la destrucción de la homofobia, transfobia, heterosexismo, y la aceptación de las personas encarceladas, usuarias de drogas, discapacidades física, sensorial, auditiva, intelectual, psicosocial, visceral, múltiple, etc. Por esto nos dejó el Espíritu Santo, el Consolador. La fórmula de Jesús en el Espíritu Santo fue y sigue siendo la de sumar y servir. Vamos a hacer lo mismo y luego debemos corroborar si nos atrevemos a partir el pan con esas personas que hemos sumado y le hemos servido, tal y como Jesús cuando sintió compasión y alimento a más de 12 personas que tenían hambre (Lo podemos ver en Mateo 15:32-39 y Marcos 8:1-10. Y digo 12 mil porque el pecado de exclusión, patriarcalismo o supremacía masculina, no les permitía contar a las mujeres y nin@s). Hermanas y hermanos, es en esta algarabía, en este junte comunitaria en esta fiesta socio-espiritual donde practicamos la Eucaristía fuera de la Misa y en donde hablamos las lenguas de liberación porque escuchamos y entendemos lo que el pueblo nos está diciendo, llorando o gritando. ¡Esto es el poder pentecostal!
Amen y Ashé.